miércoles, 12 de marzo de 2008

> Clica que te clica

Y ahí estaba yo, tonto de mí leyendo y releyendo aquella lista inmensa. Yo imbuido en mí, dejándome seducir por la melancolía tonta del que nada tiene que hacer. Ahí seguía sentado en frente de la pantalla clica que te clica como un autómata. Por mi mente pasaban a veces ráfagas de pensamientos que rápidamente yo mismo me encargaba de neutralizar, nada hay peor en esta vida que una mente disconforme consigo misma. Lo único que me hacia permanecer tranquilo en esa mañana era aquella musiquilla que había aprendido a tararear enseñado por un amigo. La misma música que aplaca la furia de las fieras me servia a mi de antídoto contra esta enfermedad. ¿O acaso desconocen ustedes que la soledad es enfermiza? Si dicen que si es porque entonces nunca antes la padecieron. Pero no tengan prisa, ella tarde o temprano termina por alcanzar, y les pondrá encima de la balanza a ver cual es su medida. ¿Qué hacia yo delante de aquella pantalla en esa mañana de cielo despejado y azulino? Buscar, eso hacía. Buscaba entre esa maldita lista de pseudónimos uno que me resultara familiar. Uno solamente era el que me hacia falta encontrar, uno que yo había desterrado hace ya algún tiempo lo cual hacia casi imposible la tarea. Mientras escuchaba esa musiquilla y me crispaba los nervios ante aquella maldita lista me dio por pensar que estaba malgastando mi preciado tiempo. En lugar de haber salido a pasear por la ciudad y perderme por las enrevesadas callejuelas de la ciudad a tomar un poco de aire, y pararme a mirar en los balcones como cuelgan las plantas y lucen con orgullo sus primeras flores de primavera; yo estaba ahí sentado, dentro de cuatro paredes, sentado y algo incómodo, tecleando algunas palabras frente aquella dichosa pantalla de ordenador.
//David Á.

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